Il pleure dans mon coeur
comme il pleut sur la ville.
comme il pleut sur la ville.
A cántaros llovía ese viernes. Tanto, que parecía que el cielo también lloraba desconsoladamente. Los goterones caían y se deslizaban por los cristales como los nuestros se arrastraban por las mejillas, por el mentón, por el cuello. El ruido de fuera era la banda sonora a nuestro diálogo de sollozos; y cuando estos acallaban, la música exterior tomaba protagonismo, cual personaje secundario de película mala.
La ciudad entera lloraba toda su pena mientras vaciábamos sendos cántaros del agua que, gota a gota, los había colmado. Dejábamos correr toda esa agua... ¡qué desperdicio! Pero ¿qué íbamos a hacer? Ese viernes tan solo podía caer un chaparrón. Y desde ese día no ha llovido igual.
Llovía y llorábamos. Plovia i ploràvem. I no hi podíem fer res, alma de cántaro.
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