Equivocados están los que ven un único camino; un único andar. Somos caminos plurales: autopistas cargadas de camiones, carreteras de montaña recorridas por motoristas zigzagueantes, vías urbanas atascadas de conductores malhumorados. Y somos, también, senderos milenarios imborrados, a pesar del compás de pezuñas y piolets.
Caminos recorridos, caminos recurrentes, caminos concurridos. Infinidad de caminos por recorrer: largos o cortos, polvorientos o embarrados, soleados o sombreados. Caminos que se dividen, que se cruzan, que se extinguen inesperadamente.
Caminos para correr y para saltar. Caminos para arrastrar los pies: ahora uno, ahora el otro. Caminos andados hacia atrás; a la pata coja; a cuatro patas. Caminos para reptar y morder el polvo. Caminos que nos recorren y nos parten en dos. Caminos que nos dejan sin aliento y los dedos sangrientos.
Agotados y hastiados nos detenemos. Husmeamos el aire y dejamos que los labios cuarteados nos guíen hacia el agua. Reprendemos la marcha.
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